Alcestis III: la muerte se aproxima

CORIFEO (hombre)
Este es el día. Las nubes desde el alba lo presagian. Mira. El verano ha terminado de repente. Las hojas secas orillan los caminos. Y resbala despacio una tristeza fría de las montañas.
Las esclavas preparan las ropas de luto sin pronunciar palabra.
CORIFEO (mujer)
Nunca tuvieron que bajar la mirada ante la reina. Y ahora sus ojos están clavados en el suelo. Un coro de plañideras espera en el umbral, las libaciones están dispuestas.
Tendremos que inventar palabras para cantar el dolor que se avecina.
Es a vosotros, dioses, y sobre todo a ti, divina Hera, a quien debo hacer mi última súplica. Protege a Admeto y a mis hijos. Que él encuentre pronto el consuelo. Que mis hijos vivan en su totalidad vidas dignas y felices. Sigue bendiciendo esta casa, aunque su reina sea otra. Guíala como a mí, pero concédele más fortuna.
CORIFEO (mujer)
Alcestis, señora mía, piensa en la gloria que en el futuro te aguarda. Piensa en que jamás serás olvidada y los poetas cantarán tus alabanzas en los siglos venideros.
ALCESTIS
Pensaba que mi vida como mujer era afortunada. Amada por mi esposo, enamorada. Nada me ha faltado en esta casa. La vida de las mujeres es monótona y triste. Nada es nuestro, nuestros deseos no cuentan, estamos siempre a merced del padre, del hermano, del esposo, incluso de nuestros hijos varones. Pero la peor vida es la de aquella que no tiene un esposo rico, porque sus trabajos son incesantes y carecen de mérito ante todo. Yo al menos me sentía respetada, ya que el amor iluminaba mi vida. Pero llega el momento terrible de elegir entre dos vidas, de colocar la del hombre y la de la mujer en la balanza, y esta de inmediato se inclina, sin un instante de duda. No me tengáis por valiente, cuando mi destino está marcado de antemano.
CORIFEO (mujer)
Pero puedes elegir, si no deseas la muerte...
ALCESTIS
CORIFEO (mujer)
Te conocemos, señora. No hay cálculo en tu decisión. Solo te mueve el afecto por tu esposo.
ALCESTIS
Sí, amo a Admeto. Claro que daría mi vida por la suya. Pero no tengo elección. Tampoco tengo mérito.
Aquel a quien no han dado las llaves de su casa.
El que ha quedado fuera mira solo
El aire espeso
Escucha solo el aire denso
Forma ilusiones con las nubes
Tendido boca arriba en su desesperanza.
Gris como la tarde vuela el pájaro
Que dejará su agüero desgraciado sobre el mundo.
Pero nadie volverá para borrar el rastro
Del llanto en las mejillas.
Imperceptible la monotonía de la canción fúnebre.
¿Dónde habita el dolor?
¿En qué momento cede?
La tiniebla se abate sobre los caminos.
Cae como el escudo que retumba.
No es discreta.
¿para qué?
Nada puede vencerla.
Nadie le negaría el hospedaje.
Con las uñas despiertas.
Puedes desesperarte y correr por las lenguas de todos.