miércoles, mayo 02, 2007

La calle del Infierno


Vivimos en un mundo lleno de ruido, y no podemos sustraernos a él. Podemos cerrar los ojos, pero no podemos cerrar los oídos. Los países desarrollados producen una enorme cantidad de ruido, que ha contribuido en gran medida a la degradación del medio y esta siendo percibido ya como serio problema: la contaminación acústica es tan importante como otra cualquiera, aunque en realidad somos mucho menos conscientes de ella.
El ruido tiene efectos muy perjudiciales para la salud, que van desde los trastornos puramente fisiológicos, como la pérdida progresiva de audición, hasta los psicológicos, al producir una irritación y un cansancio que influyen de manera muy negativa en la vida cotidiana, tanto en el rendimiento laboral como en la relación con los demás. La lista de posibles consecuencias de la contaminación acústica es larga: interferencias en la comunicación, perturbación del sueño, estrés, irritabilidad, agresividad, dolor de cabeza, problemas digestivos, alteración del ritmo cardíaco, de los niveles hormonales, , estados depresivos, etc. Incluso los procesos cancerosos aparecen y se desarrollan con mayor rapidez. Los niños cuyos colegios lindan con zonas ruidosas aprenden con más lentitud, presentan mayores índices de agresividad y fatiga.
España es un país ruidoso. Sevilla es una ciudad ruidosa, y eso se percibe no solo en el volumen de la música de las discotecas. Se empieza notando simplemente en el volumen de la voz de hombres y mujeres, tengo que lamentar que sobre todo de mujeres. Hablamos a gritos. Muchas mujeres de más de cincuenta años tienen las cuerdas vocales destrozadas, la voz ronca, simplemente por hablar demasiado alto. Evidentemente, sus hijos y nietos heredarán esa costumbre, no por los genes, sino porque es casi imposible convivir con alguien que habla a gritos y no gritar también. Chavales y chavalas ponen la música a tope y hablan también a tope de volumen. Y no solo no es necesario para la comunicación, que puede ser incluso más fluida sin tanto derroche de decibelios, sino que es perjudicial para quien habla, para quien escucha y para quien oye (que no es lo mismo).
Un grupo de vecinos de Santa Cruz de Tenerife solicitó este año la supresión de los Carnavales en la ciudad, por estos motivos. La situación podría extrapolarse a las Fallas de Valencia o la Feria de Sevilla. El nivel de ruido en la calle del Infierno pensábamos todos que debe ser realmente difícil de superar, pero este año se ha conseguido gracias a la genial idea de los tomboleros de ofertar como premio del año unos potentes altavocillos de uso individual que han añadido a la habitual charanga de la calle en cuestión o la música necesariamente alta de las casetas un ingrediente más: el hacer que todos tuviéramos que oír todo lo que se les pasaba por la cabeza (iba a decir cerebro, pero mejor no) a sus usuarios, frases y alegatos en su mayoría sorprendentes por su inteligencia y exquisito gusto. No, tampoco se van a ganar la vida como humoristas, tengo que añadir.
Desde luego, no hay que llegar a extremos como el de prohibir las fiestas ni las concentraciones festivas. Pero es necesario controlar los niveles de ruido tal como se controlan los niveles de emisión de gases tóxicos, por ejemplo. Y eliminar todo ruido innecesario, porque además muchas veces el ruido no ayuda a la diversión, más bien la impide.
Ya que las autoridades no toman cartas en el asunto (hablo de los altavocillos, que se podrían proscribir muy fácilmente) podríamos nosotros, los ciudadanos, hacer algo al respecto. Para empezar, no usando esos terribles aparatitos. Si tenéis alguno en casa, tiradlo a la basura (contenedor amarillo). Y haced lo mismo con los silbatos, petardos y otros artilugios estridentes. Procuremos controlar, por el bien de todos, el ruido.

3 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

el ruido es el murmullo de la calle guste o no guste

5/03/2007 1:06 p. m.

 
Blogger Juana G. Linares dijo...

El ruido es el elemento perturbador de la comunicación, es lo que nos impide escuchar y escucharnos. Si hiciéramos de vez en cuando un ejercicio de silencio oiríamos argumentos, pensamientos y emociones de las personas que nos rodean y empezaríamos a comprender el vacío de nuestros gritos, de nuestros exabruptos. Ello nos llevaría a escucharnos.
El ruido no es más que la constatación del vacío interior. A mayor ruido, mayor vacío.Ejemplo para los ruidosos: una lata con una piedra dentro hace muchísimo ruido si se la agita, una lata mientras más llena está menos suena. Con el cerebro ocurre lo mismo: mientras más vacío, más gritos, más insultos, más descalificaciones. En realidad no es más que miedo a sentirnos sol@s y a enfrentarnos con nuestro yo.

5/04/2007 10:02 a. m.

 
Anonymous Anónimo dijo...

A veces no somos conscientes de este vacío interior porque no encontramos quién nos haga verlo. Cada vez son más los programas de televisión en los que es más popular el que más grita, el que más insulta, el que siempre queda por encima de los demás. Con una televisión en la que prima la falta de respeto y el torrente de voz del personaje, la sociedad toma este modelo y llegamos a lo que estamos viviendo.
Deberíamos intentar llenarnos un poco más, llenar esa lata (gracias por el ejemplo) que aun sonando menos, nos permite comunicarnos de forma coherente, respetuosa y mejora nuestras relaciones con los demás.

Con respecto a los megáfonos de las tómbolas... me parece bochornoso, porque... alguien me puede explicar qué gracia tiene dos chicos, uno enfrente del otro, hablándose con un megáfono diciendo nada? Pues imaginaros así toda la Calle del Infierno, parte del Real de la Feria, unas cuantas plazoletas del barrio...

Saludos.
Almu.

5/04/2007 1:43 p. m.

 

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