sábado, febrero 17, 2007

Alcestis VIII: La soledad


(salen los sirvientes del palacio para ayudar en el funeral. Uno de ellos se dirige al corifeo para criticar la actitud de Heracles, que aparece también en ese momento)

SIRVIENTE
He servido a muchos huéspedes aquí, en la morada de nuestro amo y señor. A todos con gusto, excepto a Heracles. Pide comida y vino sin cesar, canta, no parece reparar en la pena que a todos nos domina. Quisiéramos acompañar a nuestra dulce dueña en su último viaje, pero me temo que Heracles levante contra nosotros las iras de nuestro señor. Ni llorar podemos.

HERACLES
En verdad no sé qué vienen esas quejas. No temas, no te acusaré ante tu amo. Dices que permanezco ajeno al dolor de la casa. Y yo te digo, ¿conoces tú la naturaleza de los seres mortales? ¿No sabes que todos tenemos que pagar el tributo de la muerte? Nadie puede afirmar que va a continuar vivo al día siguiente. Ni siquiera tu señor, que cree haber comprado un tiempo extra de vida, podría asegurarlo. Vive tu vida cada día y procura disfrutarla. No te digo más. No deben sobrepasar ese límite los pensamientos de los hombres mortales.

SIRVIENTE
Eso lo sabemos todos, pero nuestra situación presente no admite risa ni fiesta. Las desgracias de los amos son también las de sus servidores. El dolor no nos da tregua, ves nuestro luto por dentro y por fuera. No es decorosa tu alegría en estos momentos.

HERACLES
No se trata de alegría precisamente. Tampoco a mí me deja indiferente la muerte de la esposa de Admeto. ¡Pobre infeliz, qué compañera ha perdido! Pero por él no puedo lamentarlo, no puedo acompañarlo en su dolor, porque es él quien la ha enviado a la muerte. La vida no vale tanto, solo siento la ausencia de una mujer tan digna.

SIRVIENTE
Todos hemos perecido con ella.

HERACLES
Lo sé, él es el único que no ha perecido. Y tampoco yo, para mi desgracia. Dime dónde la va a enterrar. Quiero acompañar su último viaje. También de ella fui amigo.

SIRVIENTE
Todavía está expuesto su cadáver. Pero será inhumada en una tumba bien labrada, en el camino de Larisa.

HERACLES
No si yo puedo evitarlo, no si de algo me sirve mi origen divino. Juro que he de devolverla a esta casa, si es que ella quiere regresar desde la tumba, y entregarla otra vez a su marido. Aunque tenga que pelear con la misma Muerte, aunque tenga que arrastrarme a los pies de Hades inclemente. (mutis, y aparece Admeto)

ADMETO
¡Ay, vista odiosa de mi casa, para mí vacía! ¡Ay de mí! ¿Dónde iré? ¿Dónde encontraré un descanso a la nostalgia, al abandono? ¿Dónde un refugio ante la incertidumbre? ¿Cómo encontrar palabras para enfrentar el pánico? Tras tanto evitar la muerte, ella se me aparece ahora como único consuelo. ¡Oh, Zeus, creo que la amo ya tanto como la temo! Envidio a los muertos, siento pasión por ellos, deseo habitar sus moradas. Estoy enloqueciendo. Ya no gozo viendo los rayos del sol, poniendo los pies sobre la tierra. Estoy enloqueciendo.

CORIFEO (hombre)
Estás en el camino del dolor. Sopórtalo. No eres el primero que pierde a un ser querido. La felicidad es patrimonio de los dioses. No la conoce ningún mortal, te lo aseguro.

ADMETO
¡Qué dolor incesante! ¿Por qué no me habré arrojado yo mismo en la tumba con esta mujer incomparable? Ahora estaría con ella, atravesando la laguna infernal...

CORIFEO (hombre)
Hace poco murió en mi familia un hombre joven, único hijo de mi hermano, ya anciano, que sin embargo soportó con entereza su desdicha.

ADMETO
¿Cómo podré entrar ahora en la morada vacía? ¿Cómo no recordar ahora los tiempos aquellos felices del principio, el día que entró ella con antorchas y cantos de boda, la primera vez que sostuve su mano para que no tropezara en el umbral? ¡Qué bulliciosa comitiva nos seguía, cuántos los deseos que nos manifestaban todos de felicidad! Qué terrible es el contraste, lágrimas en lugar de risas, vestiduras negras que sustituyen a las blancas, silencio y trenos en lugar de los cantos festivos de la boda... Triste el camino, solitario el tálamo nupcial...

CORIFEO (hombre)
No estás precisamente curtido en la desgracia para soportar este nuevo dolor. Tu esposa murió, has perdido tu amor. Pero tú has salvado tu vida. ¿No es lo que has elegido? La muerte ha arrebatado ya a muchas esposas, buenas y malas.

ADMETO
Ahora envidio, ahora considero afortunado el destino de mi esposa, aunque parezca de otro modo. A ella no la alcanzarán ya dolores ni incertidumbres. Ha puesto fin a todo ello, además con gloria. Yo aún no sé si seguiré arrastrando esta vida lamentable. No debería estar vivo, no debería haber soslayado mi destino de muerte. Me acabo de dar cuenta. ¿Cómo podré soportar entrar más en mi casa? ¿A quién saludaré al entrar? ¿Quién responderá, cariñosa, a mi saludo? La soledad me expulsará afuera, cuando vea vacíos el lecho de Alcestis, las habitaciones que iluminaba su presencia; cuando vea el suelo polvoriento, la frialdad de su ausencia; a mis hijos llorando por su madre, a los criados pesarosos por la falta de tan amable señora. Esto es lo que sucederá en mi hogar, si hogar se puede llamar a la casa después de esto. Y si salgo me atormentarán las fiestas, las bodas de los tesalios, las reuniones a las que asistan mujeres, porque no podré soportar ver a las compañeras de mi esposa. Y dirán quizás sus miradas, y dirá con certeza cualquier enemigo mío: “He aquí al hombre que vive en la vergüenza, aquel que no se atrevió a morir, al que entregó a su esposa por cobardía. ¿Se considera a sí mismo hombre? Y habla mal de sus padres, cuando él mismo no quiso morir”. Esa será la fama que se sume a mis males. ¿Qué gano con seguir viviendo en la soledad y la infamia?

CORO

El paisaje está helado
Gris
Fuera del tiempo.
Campesinos dispersos
Recogen escuálidas cosechas.
Pronto caerá la noche y se borrarán los caminos
de este agujero sin luna.
Yo enterraré mi nombre a oscuras,
Para que nadie lo escuche
En la distancia
Y seré otra persona
Que huirá sin remedio y sin nostalgia
Porque en esta lóbrega llanura
No podrá encontrar un guía
Ni un camino de vuelta.
Palabras que no son para nadie
Y nada significan.

Imagen de Deadstar Kew