Llegué al antiguo pabellón de la Energía de la Expo el sábado por la mañana para recorrer la Feria de la Ciencia donde nuestro instituto ha vuelto a participar como en años anteriores.
Empecé el recorrido por los colegios de infantil y primaria y me emocioné viendo a
niñ@s de 4, 5, 6... años, sentad@s tan seri@s y formales en minúsculas sillas enseñando a todas las personas que querían escucharles cómo crecían las lentejas, cómo se formaban las rocas, porqué flotaba un huevo en el agua...
Frente a ellos los centros de investigación universitarios presentaban sus estudios sobre la fotosíntesis, la fabricación de bioethanol, las propiedades de los aceites... En todos los espacios eran
l@s jóvenes
l@s que explicaban de una manera entusiasta sus experimentos, sus investigaciones. Gracias a sus palabras sencillas, cercanas al gran público, la ciencia dejó de ser una alquimia para convertirse en algo comprensible para una persona de letras como yo.
En el exterior y en la parte de la derecha cada instituto, a cargo de adolescentes, seguía ofreciendo sus atractivos: distintos tipos de relojes, de percepción de la realidad, artificio de Juanelo para extraer el agua, cómo “pintar” cuadros mojando un papel en una disolución de pintura, los efectos de la tala masiva de árboles, un test para conocer el consumo de agua en casa, el uso de pigmentos para tatuajes, el estudio de la alimentación de las rapaces, el análisis de las propiedades de los cítricos... y tantas y tantas cosas que es imposible enumerar aquí.
Luego llegué a nuestro expositor y vi a un grupo de
nuestr@s alumn@s rodeados de curios@s a los que les explicaban detalladamente el misterio de un periscopio, la magia de un anillo de aluminio flotando sobre una barra de hierro, el dominio de la fuerza de la gravedad para realizar una serie de movimientos en cadena, el uso de la energía solar para cocinar unas salchichas y, lo más sorprendente para mí, la energía contenida en nuestro cuerpo que puede encender una bombilla colocando simplemente nuestras manos en dos placas metálicas.
Ese experimento me impresionó, no por desconocido, sino por simplificar de una manera tan sencilla todo lo que es la vida: somos capaces de iluminar el mundo uniendo dos elementos tan fríos como dos metales. Y eso me lo enseñaron dos chicos en un segundo, en un lugar especial en el que ellos eran los protagonistas.
Pero claro ese momento no se había producido al azar, había sido necesario modelar, retocar los tiempos, los espacios, los esfuerzos por parte de todas las personas que, a lo largo de meses, han hecho posible que este momento se produjera: todo el profesorado que conocía esas propiedades del cuerpo humano han unido sus “energías” y su tiempo para “tocar” todos los “metales” necesarios que culminarían en este derroche de “luz” que ha sido esta Feria de la Ciencia. Su luz ha contagiado al alumnado y luego ya ha sido muy fácil: la energía del profesorado se ha multiplicado con la energía joven de chicos y chicas que han poblado la Feria.
Salí de allí convencida del enorme poder que tiene todo ser humano de transformar el mundo a pesar de que a veces nos dejemos llevar por el desencanto y el cansancio.
De vuelta ya a casa pude comprobar el abandono, la suciedad, el deterioro que rodea todo ese espacio de la Cartuja (el antiguo canal de la Expo hoy lleno de hierbajos, botellas rotas, basura...) fruto de la desidia de los adultos, de las instituciones, de los políticos o de quien sea. Y lamenté que esos adultos no hubieran estado allí en la Feria, seguramente habrían aprendido algo y quizás lo habrían llevado a la práctica en sus actividades cotidianas.
No puedo terminar este artículo sin felicitar a Mª Ángeles, Miguel Ángel, Mª Carmen, Paco, Juanjo y a todo el alumnado que ha participado en esta Feria por el magnífico trabajo realizado y por el efecto que sin duda se ha producido en todas las personas que han disfrutado de él.
